Raimond Gutiérrez /
En genealogía (ciencia que estudia el conjunto de antepasados y descendientes de una persona o linaje), “una generación” se refiere al tiempo promedio entre el nacimiento de sus padres y el de su hijo: que por lo general es de 25 a 30 años.
En efecto, aplicando entre nosotros ese saber, se deriva que: los venezolanos que promediamos entre los 55 y 75 años representamos la generación siguiente de la que nació entre 1920 y 1940; y la que sigue a la nuestra –cuyos connacionales rondan actualmente en edades entre 29 y 39 años– nació entre 1985 y 1995, viene a ser la que nos suplantará. Eso así y utilizándolo con respecto a los porvenires derroteros de nuestro país, resulta que: extinta nuestra generación, debería ser aquella la que rija a Venezuela en el futuro mediato.
Sin embargo, existe un sinnúmero de trabajos antropológicos realizados por destacados profesionales, como por ejemplo los de: Verónica Medina y Víctor Carrillo, denominados “Refugiados y migrantes de Venezuela” (publicado en 2024, por la Plataforma de Coordinación Interregional para Refugiados y Migrantes de Venezuela, de la Acnur) y “¿Están volviendo los venezolanos que emigraron? Entre mitos y datos” (publicado en 2023, por la revista «Debates Iesa», vol. 28 n° 2); Daniely Vicari y Simón Tomasi, denominado “Retornando a Venezuela: motivaciones, expectativas e intenciones” (publicado en 2022, por el Mixed Migration Centre); y, María Ramírez y Trina Navas, denominado “La diáspora venezolana: análisis de la salud de la familia que quedó y de las metas cumplidas por los emigrantes” (publicado en 2020, por la revista “Medicina Interna”, vol. 36 n° 3-4, de la Sociedad Venezolana de Medicina Interna); cuyos resultados indican –entre otros– que la diáspora venezolana es predominantemente joven: en un 77 % y con rango entre 25 y 45 años de edad.
Por lo demás, según datos del Fondo Monetario Internacional: la actual emigración venezolana –que en su tercera oleada comenzó a partir de 2018– sobrepasa los 8 millones de coterráneos y prosigue en la actualidad. Ello significa que, esa generación que habría de reemplazar a la nuestra –como hemos dicho: entre 29 y 39 años (dentro del rango de 25-45 años ya referido)–, en su mayoría se encuentra en el exterior (no por gusto ni de turismo) y la parte restante en Venezuela, según varios estudios estadísticos, mayoritariamente ni estudia ni trabaja (no porque así hayan querido).
Ahora bien, para saber con certeza si esa generación última nombrada está preparada para regir los destinos del país, habría que realizar –en el contexto nacional– análisis cualitativos y cuantitativos enfocados en las experiencias, educación, habilidades y participación previa en el progreso nacional de esa progenie específica. Empero, el caso es que tales estudios ya están hechos y sus resultados no son para nada alentadores.
Uno de los ítems de esas investigaciones –que no debería sorprendernos– advierte que: los venezolanos entre 55 y 75 años tendríamos que asumir, por descarte, las riendas del país en los próximos 10 a 20 años. Claro está, eso sí, y solo si, se produce el canje que ansía el 82 % de los venezolanos, según datos del primer semestre de 2025, de la firma de investigación estratégica ClearPath Strategies.
En el sentido inmediatamente precedente –a grandes rasgos y ocurriendo lo anhelado–, los adultos mayores (según la Ley Orgánica para la Atención y Desarrollo Integral de las Personas Adultas Mayores: aquellas con edad igual o mayor a 60 años) debemos aportar nuestra aquilatada pericia en la reinstitucionalización del país, la reconstrucción de infraestructura física y social, la creación de nuevos modelos económicos y marcos institucionales, la transmisión de conocimientos y valores que servirían como cimiento para las generaciones posteriores; con todo lo cual proporcionaríamos una plataforma de buenas prácticas que las generaciones subsiguientes –con experiencia adquirida de por medio– pueden utilizar, adaptar, mejorar e innovar, asegurando así la continuidad y el progreso del país, para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos, a la sazón: nuestros hijos, nietos y bisnietos.
Para tales fines, esta actual camada se ha instruido –teóricamente al menos– en pensadores como Adam Smith (1723-1790), quien en su obra “Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones” de 1776, propuso el planteamiento según el cual: la libertad dentro de una sociedad conduce a una mayor riqueza, dado que la armonía social depende mayormente del equilibrio de los motivos en conflicto del hombre (su propio interés), considerando para ello al liberalismo como la expresión natural de las relaciones sociales. Y, en la filosofía política cuyo principio determinante sobre lo que entra o no en el ámbito del gobierno, es la maximización de la libertad individual y propone que el tamaño, papel e influencia del Estado en una sociedad libre debe ser mínimo, sólo lo suficientemente considerable como para proteger el territorio de la nación de que se trate; denominada minarquismo y uno de cuyos máximos exponentes fue el profesor Robert Nozick (1938-2002).
Debiendo ser -Dios mediante- todo ello así, serán ingentes las renovadas tareas que nos tocaría en lo continuado a nosotros, los adultos mayores. De manera que, el emplazamiento es a prepararnos para esa gran tarea privada y pública, última de nuestra presente generación, cuyo tiempo de vida está más cerca del final que del principio.
El regreso de una generación
